Me gustaría iniciar mi primer post con algún tipo de
presentación. Pero, no se trata de una presentación individual o centrada en mi
persona. Más bien, quisiera reivindicar, quisiera hacer un llamamiento a la
dignidad personal, a esa dignidad perdida por todos aquellos que, o bien
cayeron en el olvido, siendo este el mejor de los casos, o en la cruel
estigmatización, tras las inolvidables palabras: “Fulanito ya no es testigo de
Jehová”. ¿Os suenan? Sí, con este frío y opaco anuncio se produce la sentencia,
se produce la despedida final.
Antes de continuar, necesito aclarar que mis pretensiones
no son las de herir. No deseo culpar, no busco victimizar, ni mucho menos
atacar. Más, anhelo dar voz a aquellas voces dormidas, o simplemente
silenciadas por el protocolo del culto. Pues es un derecho que en su día nos
fue robado, y, siendo este así, también constituye el feroz impedimento para
los que, tras conocer la realidad del culto, quieren salir.
Continúo y retomo el encabezado en forma de pregunta:
¿cómo hemos llegado hasta aquí? Bueno, de más está decir que un día fuimos
parte del grupo. Que un día, incluso, amamos todo lo que formaba parte del
mismo. Vivíamos la vida según las pautas de la organización, tomábamos nuestras
decisiones en base a la instrucción que nos era proporcionada. ¿Nuestras
prioridades? Las comunes a cualquier testigo: predicar, reuniones, preparación,
oración…Y sí, por encima de todo, amábamos a nuestros “hermanos”. O al menos lo
intentábamos. Creíamos que era la “Verdad”. De seguro un porcentaje muy elevado
de los que ya no forman parte del culto, entraban en esta parte de la
descripción. ¿Qué pasó después? Son muchas las historias, sin duda.
Sin embargo, la historia oficial, sí, la “historia de
Atalaya”, es una sola. La organización de los testigos de Jehová ha elaborado
una única versión. Así, cuando un testigo escucha el gélido anuncio citado
anteriormente, “Fulanito ya no es testigo de Jehová”, ya sabe lo que ha pasado.
¿Lo sabe? No, realmente no. A modo de síntesis me gustaría explicar cuáles son
las implicaciones del famoso anuncio. Imagínate, sí, tú, testigo bautizado. Te
hallas en la reunión, es martes, y, como siempre, acudes presto al salón del
reino. Has hecho un gran esfuerzo por estar presente, el trabajo, los niños,
los padres mayores o simplemente poder preparar la reunión completa, son
algunos de los desafíos habituales. Llegas al salón y están todos, tus
“hermanos” de siempre, ¿o no? Bueno, cuando termine el programa ya irás a
saludar a aquellos que no has visto. Son tus “hermanos”, son tus amigos, son tu
familia. A la reunión le queda poco, la última parte. Más, un anciano se sube a
la plataforma e indica que ha de hacer un anuncio importante. Le miras el
rostro, quisieras adivinar qué va a decir, pero no eres capaz. No puedes
percibir ningún sentimiento, su cara no refleja más que una perfecta
estoicidad. Ahí va el anuncio. “¡¿Qué?!”. No lo puedes creer. La “hermana”, sí,
esa “amiga” con la que estuviste predicando la semana pasada, ya no es testigo
de Jehová. El anuncio retumba en tu mente, da vueltas, va y viene, no hay
lógica, no hay sentido. “¿Por qué?”, esbozas en tu interior. Más, es bien
sabido que no habrá respuesta. Cuando te quieres dar cuenta, cuando sales de tu
ensimismamiento, la reunión está apunto de terminar. Sí, hace como media hora
que el anciano correspondiente emitió la sentencia. Y sí, bien sabes, que la
que había sido tu amiga segundos antes de la declaración, ha dejado de serlo en
cuestión de seis segundos. Pero, “¿qué ha pasado?”. Paramos aquí.
Explicaré qué ha podido pasar. Un testigo puede haber sido
expulsado, o bien, haberse desvinculado del culto por iniciativa propia, o sea,
se ha desasociado. Como vemos, un solo anuncio para dos conceptos. Y por ende,
un solo resultado. Enteramente injusto para ambos, dicho sea de paso. ¿Qué
implica la expulsión? Si leyéramos una publicación editada por los testigos de
Jehová en la que se hablara sobre cómo se produce este evento, hallaríamos la
siguiente explicación: la persona expulsada es aquella que ha incurrido en
pecados graves y no se ha arrepentido, tras lo cual, a fin de mantener la
pureza de la congregación, se procede a su expulsión. Hay que añadir que no es
un estado irreversible. Si un expulsado desea volver a formar parte de la
confesión, hay un protocolo establecido para ello. La expulsión se realiza tras
haber conversado con el testigo infractor, léase la persona que ha cometido el
pecado grave. Si los ancianos, en este caso cumpliendo un papel de jueces, no
percibieran un arrepentimiento sincero, procederían a emitir la consecuencia:
expulsión. Hay que detallar que los temas tratados en estas reuniones, léase
“comités judiciales”, son confidenciales. Por ende, ningún otro miembro del
grupo debe saber los motivos que llevaron a este resultado.
Vuelvo a la escena. La reunión ha terminado. Será un día
inolvidable para algunos. “¿Qué ha pasado?”. Todo comienza con esta pregunta,
aparentemente inocente, carente de dobleces. Sin embargo, dicha duda
exteriorizada dará comienzo a un sinfín de historias, morbosos relatos,
surrealistas acontecimientos... que no verán su fin hasta que la versión de los
hechos quede consumada, bien estructurada. Ahora sí, ahora todos los miembros
del grupo podrán colocar dicha etiqueta al que un día fue su compañero y amigo.
Está de más puntualizar la inexactitud, el carácter injusto de las
circunstancias, la crueldad implícita. Porque sí, el anterior miembro jamás
podrá dar su versión de los hechos, inimaginable será que explique lo que le
llevo a la situación actual, si es que deseara hacerlo. Ha quedado desterrado,
el trato con él es inviable. No podrás, o al menos no deberás, llamarle una vez
más para saber cómo se encuentra, qué pasó. No, el susodicho ya no forma parte
del grupo, ya no está en el “pueblo de Dios”. Ya no es tu hermano. Sabiendo que
sólo hay dos bandos, sabiendo que sólo hay dos grupos de personas en esta
existencia, tu ya anterior compañero ha elegido el camino que no lleva a vida.
Ahora nos hallamos aquí, y tú, lector, que desearía que me
leyeras, tienes la oportunidad de saber quiénes somos, los llamados
desasociados y expulsados. Más, no somos esto, estos dos términos, de carácter
peyorativo, son los que utiliza el culto para deshumanizarnos. Porque nosotros
seguimos siendo personas, seguimos siendo familia, seguimos siendo esos amigos
que un día compartieron cosas importantes. Es más, nos encontramos entre aquellos
que han abierto los ojos, han mirado a su alrededor, han leído, han utilizado
su capacidad intelectual, su lógica y, por fin, se han liberado mentalmente de
las ataduras del grupo. Hemos descubierto que no es la “Verdad”. Y aún siendo
una realidad dolorosa en sus inicios, ahora, la vida empieza a cobrar su
verdadero sentido, se siente por primera vez la no perfecta felicidad de la
existencia.
5 comentarios:
Excelente presentación, Emily. Gracias por explicarlo tan bien.
El renegar de una persona querida --por imposición normativa de la confesión religiosa-- causa un daño en la conciencia del individuo. Un remordimiento que perdura en el tiempo. Esta normativa de exclusión extrema daña al que la sufre y al que participa en el mobbing.
Muy bien explicado.
Totalmente cierto y lamentable. A día de hoy, cuando ya no formo parte del culto, me siento avergonzada por mi cruel conducta y desdeñable actitud de tiempos atrás. No es fácil olvidar ni arrancar esos sentimientos, siempre habrá una parte de ti que se preguntará cómo fuiste capaz de secundar semejantes atropellos.
Lo siento mucho. Aún así, más vale darse cuenta tarde que nunca. Mucho ánimo, Emily.
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