martes, 7 de febrero de 2017

Cómo hemos llegado hasta aquí... (Por Emily Thorne)

Me gustaría iniciar mi primer post con algún tipo de presentación. Pero, no se trata de una presentación individual o centrada en mi persona. Más bien, quisiera reivindicar, quisiera hacer un llamamiento a la dignidad personal, a esa dignidad perdida por todos aquellos que, o bien cayeron en el olvido, siendo este el mejor de los casos, o en la cruel estigmatización, tras las inolvidables palabras: “Fulanito ya no es testigo de Jehová”. ¿Os suenan? Sí, con este frío y opaco anuncio se produce la sentencia, se produce la despedida final.


Antes de continuar, necesito aclarar que mis pretensiones no son las de herir. No deseo culpar, no busco victimizar, ni mucho menos atacar. Más, anhelo dar voz a aquellas voces dormidas, o simplemente silenciadas por el protocolo del culto. Pues es un derecho que en su día nos fue robado, y, siendo este así, también constituye el feroz impedimento para los que, tras conocer la realidad del culto, quieren salir. 

Continúo y retomo el encabezado en forma de pregunta: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Bueno, de más está decir que un día fuimos parte del grupo. Que un día, incluso, amamos todo lo que formaba parte del mismo. Vivíamos la vida según las pautas de la organización, tomábamos nuestras decisiones en base a la instrucción que nos era proporcionada. ¿Nuestras prioridades? Las comunes a cualquier testigo: predicar, reuniones, preparación, oración…Y sí, por encima de todo, amábamos a nuestros “hermanos”. O al menos lo intentábamos. Creíamos que era la “Verdad”. De seguro un porcentaje muy elevado de los que ya no forman parte del culto, entraban en esta parte de la descripción. ¿Qué pasó después? Son muchas las historias, sin duda.
Sin embargo, la historia oficial, sí, la “historia de Atalaya”, es una sola. La organización de los testigos de Jehová ha elaborado una única versión. Así, cuando un testigo escucha el gélido anuncio citado anteriormente, “Fulanito ya no es testigo de Jehová”, ya sabe lo que ha pasado. ¿Lo sabe? No, realmente no. A modo de síntesis me gustaría explicar cuáles son las implicaciones del famoso anuncio. Imagínate, sí, tú, testigo bautizado. Te hallas en la reunión, es martes, y, como siempre, acudes presto al salón del reino. Has hecho un gran esfuerzo por estar presente, el trabajo, los niños, los padres mayores o simplemente poder preparar la reunión completa, son algunos de los desafíos habituales. Llegas al salón y están todos, tus “hermanos” de siempre, ¿o no? Bueno, cuando termine el programa ya irás a saludar a aquellos que no has visto. Son tus “hermanos”, son tus amigos, son tu familia. A la reunión le queda poco, la última parte. Más, un anciano se sube a la plataforma e indica que ha de hacer un anuncio importante. Le miras el rostro, quisieras adivinar qué va a decir, pero no eres capaz. No puedes percibir ningún sentimiento, su cara no refleja más que una perfecta estoicidad. Ahí va el anuncio. “¡¿Qué?!”. No lo puedes creer. La “hermana”, sí, esa “amiga” con la que estuviste predicando la semana pasada, ya no es testigo de Jehová. El anuncio retumba en tu mente, da vueltas, va y viene, no hay lógica, no hay sentido. “¿Por qué?”, esbozas en tu interior. Más, es bien sabido que no habrá respuesta. Cuando te quieres dar cuenta, cuando sales de tu ensimismamiento, la reunión está apunto de terminar. Sí, hace como media hora que el anciano correspondiente emitió la sentencia. Y sí, bien sabes, que la que había sido tu amiga segundos antes de la declaración, ha dejado de serlo en cuestión de seis segundos. Pero, “¿qué ha pasado?”. Paramos aquí.

Explicaré qué ha podido pasar. Un testigo puede haber sido expulsado, o bien, haberse desvinculado del culto por iniciativa propia, o sea, se ha desasociado. Como vemos, un solo anuncio para dos conceptos. Y por ende, un solo resultado. Enteramente injusto para ambos, dicho sea de paso. ¿Qué implica la expulsión? Si leyéramos una publicación editada por los testigos de Jehová en la que se hablara sobre cómo se produce este evento, hallaríamos la siguiente explicación: la persona expulsada es aquella que ha incurrido en pecados graves y no se ha arrepentido, tras lo cual, a fin de mantener la pureza de la congregación, se procede a su expulsión. Hay que añadir que no es un estado irreversible. Si un expulsado desea volver a formar parte de la confesión, hay un protocolo establecido para ello. La expulsión se realiza tras haber conversado con el testigo infractor, léase la persona que ha cometido el pecado grave. Si los ancianos, en este caso cumpliendo un papel de jueces, no percibieran un arrepentimiento sincero, procederían a emitir la consecuencia: expulsión. Hay que detallar que los temas tratados en estas reuniones, léase “comités judiciales”, son confidenciales. Por ende, ningún otro miembro del grupo debe saber los motivos que llevaron a este resultado. 

Vuelvo a la escena. La reunión ha terminado. Será un día inolvidable para algunos. “¿Qué ha pasado?”. Todo comienza con esta pregunta, aparentemente inocente, carente de dobleces. Sin embargo, dicha duda exteriorizada dará comienzo a un sinfín de historias, morbosos relatos, surrealistas acontecimientos... que no verán su fin hasta que la versión de los hechos quede consumada, bien estructurada. Ahora sí, ahora todos los miembros del grupo podrán colocar dicha etiqueta al que un día fue su compañero y amigo. Está de más puntualizar la inexactitud, el carácter injusto de las circunstancias, la crueldad implícita. Porque sí, el anterior miembro jamás podrá dar su versión de los hechos, inimaginable será que explique lo que le llevo a la situación actual, si es que deseara hacerlo. Ha quedado desterrado, el trato con él es inviable. No podrás, o al menos no deberás, llamarle una vez más para saber cómo se encuentra, qué pasó. No, el susodicho ya no forma parte del grupo, ya no está en el “pueblo de Dios”. Ya no es tu hermano. Sabiendo que sólo hay dos bandos, sabiendo que sólo hay dos grupos de personas en esta existencia, tu ya anterior compañero ha elegido el camino que no lleva a vida.

Ahora nos hallamos aquí, y tú, lector, que desearía que me leyeras, tienes la oportunidad de saber quiénes somos, los llamados desasociados y expulsados. Más, no somos esto, estos dos términos, de carácter peyorativo, son los que utiliza el culto para deshumanizarnos. Porque nosotros seguimos siendo personas, seguimos siendo familia, seguimos siendo esos amigos que un día compartieron cosas importantes. Es más, nos encontramos entre aquellos que han abierto los ojos, han mirado a su alrededor, han leído, han utilizado su capacidad intelectual, su lógica y, por fin, se han liberado mentalmente de las ataduras del grupo. Hemos descubierto que no es la “Verdad”. Y aún siendo una realidad dolorosa en sus inicios, ahora, la vida empieza a cobrar su verdadero sentido, se siente por primera vez la no perfecta felicidad de la existencia. 

5 comentarios:

Vida más allá JW dijo...

Excelente presentación, Emily. Gracias por explicarlo tan bien.

John Henry Kurtz dijo...

El renegar de una persona querida --por imposición normativa de la confesión religiosa-- causa un daño en la conciencia del individuo. Un remordimiento que perdura en el tiempo. Esta normativa de exclusión extrema daña al que la sufre y al que participa en el mobbing.

Unknown dijo...

Muy bien explicado.

Anónimo dijo...

Totalmente cierto y lamentable. A día de hoy, cuando ya no formo parte del culto, me siento avergonzada por mi cruel conducta y desdeñable actitud de tiempos atrás. No es fácil olvidar ni arrancar esos sentimientos, siempre habrá una parte de ti que se preguntará cómo fuiste capaz de secundar semejantes atropellos.

Vida más allá JW dijo...

Lo siento mucho. Aún así, más vale darse cuenta tarde que nunca. Mucho ánimo, Emily.