La actitud de la religión hacia la medicina, al igual que la actitud de la religión hacia la ciencia, siempre es necesariamente
problemática y, con frecuencia, necesariamente hostil. Un creyente
de nuestros días puede afirmar e incluso creer que su fe es bastante
compatible con la ciencia y la medicina; pero la cruda realidad será
siempre que ambas cosas tienen cierta tendencia a quebrar el
monopolio de la religión; y por esta razón a menudo han sido
combatidas ferozmente.
¿Qué le sucede al santero y al chamán
cuando cualquier ciudadano pobre puede percibir el efecto de los
medicamentos y la cirugía administrados sin ceremonia ni
mistificación? Más o menos lo mismo que le sucede al brujo que
baila la danza de la lluvia una vez que aparece el meteorólogo, o al
adivino que lee el futuro en los cielos cuando los maestros de
escuela consiguen telescopios rudimentarios. Antes se sostenía que
las plagas eran un castigo impuesto por los dioses, lo que servía
para afianzar el poder de los sacerdotes y en buena medida para
fomentar la quema de herejes e infieles, a los que se consideraba
(según una explicación alternativa) propagadores de la enfermedad
mediante la brujería o también envenenando los pozos de agua.
Tal
vez seamos indulgentes con las bacanales de estupidez y crueldad que
se permitieron antes de que la humanidad tuviera una idea clara de la
teoría bacteriológica de las enfermedades. La mayoría de los
«milagros» del Nuevo Testamento guardan relación con curaciones,
lo que revestía la máxima importancia en una época en que incluso
las enfermedades secundarias solían significar la muerte (el propio
San Agustín afirmaba que él no habría creído en el cristianismo
de no haber sido por los milagros). Filósofos
científicos críticos con la religión, como Daniel Dennett, han
sido lo bastante generosos para señalar que los rituales de curación
aparentemente inservibles pueden haber contribuido incluso a ayudar a
la gente a mejorar, ya que sabemos lo importante que puede llegar a
ser el estado de ánirno del paciente para ayudar al cuerpo a curar
una herida o una infección, pero esto solo serviría de excusa a
posteriori. En el momento en que el doctor Jenner
descubrió que una inyección de virus de la viruela de las vacas
podía evitar la viruela, esta excusa quedó vacía de contenido. Sin
embargo, Timothy Dwight, un rector de la Universidad de Yale y hasta
la fecha uno de los teólogos más respetados de Estados Unidos, se
opuso a la vacunación contra la viruela porque la consideraba una
injerencia en los designios de dios. Y esta mentalidad todavía se
encuentra muy presente, mucho después de que haya desaparecido su
pretexto y justificación en la ignorancia humana.
[...] Los
progenitores que manifiestan creer en las disparatadas afirmaciones
de la “ciencia cristiana” han sido acusados de negar la atención
médica urgente a su prole, pero no siempre condenados por ello. Los
progenitores que se imaginan que son «testigos de Jehová» han
denegado el permiso para que sus hijos reciban transfusiones
sanguíneas.
Informe confidencial del Comité de Enlace con los Hospitales (CEH). Una vez cumplimentado se envía a la Sede Nacional - Betel |
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