Las sectas son una estafa
Cuando un exadepto descubre cómo ha funcionado la secta, entiende que ha sido utilizado como mano de obra gratuita. Que sus actos han sido guiados y manejados sin darse cuenta. La sensación de haber sido un tonto y de haber hecho el ridículo se apodera de uno. Se vive como un secuestro mental, como una violación de la personalidad. Contra ello no se puede hacer nada porque no hay pruebas de que se le obligase a hacer lo que hizo.
Al pasar un tiempo desconectado de la secta, física y siquícamente, al antiguo miembro se pregunta, extrañado de sí mismo, «¿yo he realizado eso?». No se lo puede creer. Piensa «¿cómo es posible que me haya creído esos planteamientos?». Estas son expresiones comunes de personas que han salido de organizaciones destructivas de la personalidad. Cuando ha pasado mucho tiempo se recuerda de manera distinta aquella estancia a lo que se rememora de antes y de después de haber pasado por la secta.
El editorial del boletín n° 24 de AIS-Projuventud recoge unas declaraciones del coronel Moris, experto en el problema de las sectas destructivas: «El progreso de las ciencias, relacionado con la psique, ha permitido descubrir métodos muy eficaces para obtener la destrucción de la autonomía de las conciencias para esclavizar mejor al hombre». Entiende que a las acusaciones de lavado de cerebro «habría que añadir que se trata de una violación psíquica, pues se invade el inconsciente y se sustituye una ideología por otra diferente». Concluye afirmando que «manipulación, violencia y engaño permiten la esclavitud psicológica del individuo y su adhesión a una ideología que el adepto no ha escogido».
Las sectas son un fenómeno que si no se ha sufrido se suele interpretar mal. Se oye decir en ocasiones «él se lo ha buscado ». Puede que en parte así sea, pero el aspecto de estafa y abuso debe ser conocido y comprendido. Sobre todo si se quiere tomar en serio el tema y aplicar medidas que desactiven los efectos dañinos de las sectas y el fanatismo.Recuperar el sentido de lo inmediato es lo primero que debe atender quien deja el mundo cerrado en el que se ha encontrado. También tomar la decisión de afrontar lo malo y lo bueno de las circunstancias. Por regla general los que han sufrido este problema se vuelven hipercríticos. Son luego muy observadores.
Cuando alguien deja la organización a la que ha entregado todo su ser siente un desgarro. Luego debe aprender a pensar por sí mismo y atreverse a tomar decisiones. Quien fue un adepto descubre que los que eran amigos íntimos no le dirigen la palabra. Aquellos que le atendieron altruistamente hablan mal de él y le insultan sin motivo, porque a ellos nada les ha hecho personalmente. Si tuviera una tienda y fueran a comprar a ella dejan de hacerlo sin mediar el más mínimo comentario. Se da cuenta que él ha hecho lo mismo con otros. Es entonces cuando se ve que todo fue una farsa, una representación cuyo guión es la doctrina. Descubre que a los miembros de la organización no se les valora ni trata como individuos ni por ellos mismos, sino en cuanto que son piezas de un engranaje que forma parte de la secta. Si se deja la secta es como si no existiera el antiguo compañero. La persona como tal no cuenta, sino que es valorada en cuanto a su función en la secta.
Como sujeto, el adepto no vale nada. Al dejar de serlo es cuando se percata de que todos tienen un parecido asombroso y que él tiene todavía ese tic sectario. Se percibe la programación como algo que se encuentra dentro de uno. Se siente miedo ante la amenaza psicológica que funciona en la soledad de uno, «¿y si fuera verdad?». Los antiguos amigos de la secta dejan de entenderle, de ser camaradas y se encargarán de recordarle su compromiso. De azuzar el miedo. Tratarán de hacer que sucumba para que al verse perdido sepa que no debió dejar nunca la organización.
La insistencia malévola de algunos miembros, ante el que se va, da a entender que se concibe al adepto como una inversión. Hay que tomar medidas porque el peligro es que pone en entredicho los fundamentos doctrinarios. No se puede consentir que alguien abandone, ya que supone un fallo de la verdad. Por eso se encargan de desacreditar al traidor que ha sido, vencido y poseído por el Mal. Se le llama para que recapacite y los que siguen siendo miembros le dejan muy claro que no descubra los secretos o de lo contrario propondrían pagar el karma o recibir el castigo de Dios.
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